Cuando BiPi descubrió al Gaucho

Como scouts, en mayor o menor grado, todos conocemos la trayectoria y las peripecias – muchas excepcionales – de la extraordinaria vida de nuestro fundador: Lord Robert Stephenson Smyth Baden-Powell of Gilwell, “Bi Pi”.
Si algo puede destacarse en su biografía, es precisamente la amplitud y profundidad de sus experiencias en muchas partes del mundo y en muy diferentes culturas; y su capacidad de superar los límites de su propia cultura para abrevar en ellas y saber ver, buscar y encontrar, aquellos elementos que enriquecieran su propia formación.
Para Bi Pi, la Naturaleza, nuestra Madre Naturaleza, es uno de los pilares donde cimienta y apoya toda la estructura de su metodología educativa. Una muestra tan inconmensurable como Divina Obra que de nuestro Creador es.
Para él, que desde niño encontró en ella un ámbito de disfrute y aprendizaje, cuando adulto, también desplegó en ella sus conocimientos y supo descubrir el modo en que otros pueblos del mundo habían aprendido a adaptarse a medios hostiles y superar las dificultades que éstos les presentaban.
Y las rescató en beneficio de esta maravillosa herramienta de formación que es el escultismo, nuestro “Gran Juego”. Así, fue Bi Pi capaz de reconocer, de comprender y de valorar las destrezas y capacidades de indios o aborígenes o nativos de otras tierras para ponerlas al servicio de la educación de todos los jóvenes y niños del mundo.
También lo hizo con el habitante de nuestras pampas: el gaucho. Ese personaje libre, indómito y montaraz, producto de la convergencia de sangres y culturas diferentes que habitaba en el territorio nacional.
Fue cuando invitado por un argentino extraordinario, Francisco P. Moreno, visitara nuestro país en 1908: en aquella oportunidad cuando Bi Pi cruza Argentina rumbo a Chile (viaja en el tren que pasa muy cerca del Campo Escuela Flandes) descubre con asombro a los gauchos y se interesa por su modo de vida, por sus destrezas y habilidades y las compara con otros pueblos de vida al aire libre.
No se escapaba a su ojo conocedor y perspicaz, que la realidad del entorno desierto, salvaje y extenso donde se movía ese hombre de la llanura, los condicionaba sobremanera, obligándolo a asumir determinadas y definidas conductas para sus supervivencia y su relación con otros hombres. Ese tipo de hombre fue el que permitió a la aquella nación joven dar su grito de independencia y sostener el esfuerzo de ser un país libre. El mismo BiPi había combatido contra hombres similares – los Bóers – los criollos hijos de holandeses que habitaban el campo en Sudáfrica y quienes finalmente habían logrado también liberar el territorio de la opresión de una corona imperial, en este caso, la inglesa.



Segunda Parte:

De aquella travesía de Bi Pi por la llanura, supo descubrir que la realidad del entorno desierto, salvaje y extenso donde se movían aquellos gauchos, los condicionaba sobremanera, eran un destilado de sus exigencias que los obligaban a asumir determinadas y definidas conductas para su supervivencia y su relación con otros hombres.
Ya desde la mirada, hay elementos que la Madre (y maestra) Naturaleza nos impone en común con nuestros gauchos. Nuestro sombrero – o su chambergo-, nuestro pañuelo –y el suyo- y nuestra manta scout –y su poncho-. Con sus diferencias y matices, el sol, o la lluvia, el viento o el frío nos han emparentado desde su vestuario a nuestro uniforme, que cubren y protegen al hombre que se enfrenta a las fuerzas naturales.
Pero su fortaleza más sublime no se encontraba en esas telas que con mayor o mejor artesanía y elegancia eran portadas; su fortaleza se ocultaba bajo su ropa y en el pecho; en la fuerza de un corazón formado y templado en la entrega, en el esfuerzo, en la resistencia animosa a travesías solitarias y peligrosas. 
Tal formación, nacida y criada en el sol del descampado, bajo el cielo estrellado, amanecida en heladas o empapada de chaparrones inclementes, y a cubierto de los ritmos que la luna marca y manda –incluso para las labores de campo- lo convertía en un ser distinto, diferente.
Por un lado endurecido por las inclemencias del tiempo, por el otro, con la humanidad a flor de piel para socorrer a un prójimo en la necesidad; pero también con una escala de valores acerada donde el valor de la palabra empeñada no admitía reculada.
La coherencia de su comportamiento marchaba de la mano con su honor personal. Como nuestra primera ley, también nuestros gauchos cifraban su honor en ser hombres en quien confiar cuando comprometía su palabra. En esa acción estaba –y está- el secreto de ese estilo especial que configuraba su carácter.; un “estilo” que a nosotros, nos enorgullece portar con honra.
Se trataba por entonces, como se trata también hoy, de una forma de ser, que  puede resumirse en una palabra: COMPROMISO. El compromiso de ser y vivir de una manera particular, con un verdadero “estilo scout”.


Tercera Parte:

Así nomas y a simple vista ya asoman 3 elementos que el scout vincula con el gaucho.


Por un lado, su sombrero: el chambergo, un sombrero blando de copa relativamente baja con una o las dos alas dobladas y sujetas a la copa con presillas. Se tiene constancia gráfica de su utilización como parte del uniforme de campaña del ejército español en zonas de elevada insolación, como en la Guerra de Cuba y en la de Filipinas.
Fue usado como prenda de cabeza por los afrikáner, en la Guerra de los Boers, y formando parte también del traje tradicional de los gauchos argentinos y de los blandengues de Montevideo.
Los afrikaners, -los criollos sudafricanos- fueron enemigos del Ejército Imperial Británico en la Guerra por su independencia y en la que Bi Pi, como sabemos, tuvo un brillante desempeño en la sitio de Mafeking.
El chambergo hermana entonces, dos pueblos que lucharon por la libertad de su patria: a uno y otro lado del Atlántico: el gaucho y el afrikáner. Extraño vínculo como si rememorara cuando ambas tierras formaban parte de Gondwana y de lo que aún hoy podemos apreciar a simple vista desde los palmares de Amboy en Córdoba con sus gemelos en Sudafrica.
Por otro, su pañuelo: era un cuadrado de 3 palmos por ladio, de tela liviana o seda, estampado o liso, y como en el caso de nuestras patrullas, siempre de colores muy vivos.
Se le daba diferentes usos y según éstos recibía su denominación; algo que en nuestro caso no se utiliza.
-Serenero: cuando cubría su cabeza con el pañuelo, anudado bajo el mentón, siempre bajo el sombrero. De esta manera protegía su cabeza, orejas y la nuca de la lluvia, el sol, el frío o el rocío; más común de ver en el gaucho de la Patagonia.
-Barbijo: cuando se cubría la nariz y la boca al enfrentar una tormenta de tierra, y lo anudaba a la altura de la nuca.
-Vincha: el gaucho doblaba el pañuelo y sujetaba los cabellos (generalmente con una trenza o coleta) atándolo atrás de la cabeza.
-Golilla: Para el paseo, la pulpería o en faenas a pie, el gaucho se colocaba el pañuelo alrededor del cuello, cubriendo hombros y espalda como un simple adorno; que equivale a nuestro uso habitual en el uniforme.
El nudo que se realizaba con el pañuelo era el denominado doble o cuadrado.

 

Y además, el poncho: Muchos se han referido al poncho como la prenda infaltable del gaucho, y sin duda es la más característica del hombre de nuestra campaña. Muchos historiadores lo consideran autóctono, otros dicen que fueron los españoles quienes lo trajeron, y que ellos lo recibieron de viejas culturas mediterráneas, derivado de la Penula romana, capa de viaje y de guerra.
Para algunos viajeros, "el poncho es la prenda exterior usada por todos los campesinos de las provincias. Se compone de dos pedazos de tela de siete pies de largo por dos de ancho, cosidos entre sí a lo largo, menos en el centro donde se deja un hueco para que por él pueda meterse la cabeza".
Para otro, un naturalista que nos visitó en 1831 y 1834,: "El poncho es una prenda de vestir indispensable para viajar por estas llanuras, pues él proteje de las lluvias , del polvo, del calor y del frío".
Un famoso viajero del siglo XIX dijo: "Cada hombre tiene su poncho que lo usa como capa. Cuando va a pie se lo envuelve alrededor del cuerpo a la manera de los antiguos para defenderse del frío y de la lluvia, y cuando el tiempo es bueno se lo hecha a la espalda. Cuando anda a caballo el poncho lo cubre por delante y por detrás, cuando a pie se lo enrolla alrededor de la cintura. También sirve par cubrirlo de noche cuando duerme o descansa".
Sin duda, nuestra manta scout y el poncho del gaucho comparten mucho más que su forma; comparten precisamente la protección de quien se expone a los elementos naturales, los que dan origen; como antes comentamos al intrínseco carácter de ambas personalidades: la del gaucho y la del scout. Ambos tallados a golpes de sol y de agua como el poeta rimara; ambos con la conformación de una profunda dignidad cimentada en el honor, en la palabra y en la generosidad del esfuerzo generoso.


Cuarta Parte:

Tan gaucho como scout!.
Así fue la travesía de  Tschieffelys, un profesor suizo tan acriollado como los nobles brutos que llevó en una travesía de casi 22.000 kms. Aquellas bestias eran Mancha y Gato, compradas a un cacique tehuelche de Chubut  por el gran promotor del caballo criollo: Don Emilio Solanet, de los pagos de Ayacucho. Otro hombre criado como gaucho y conocedor de la realidad campera. Esos caballos lo acompañaron de Buenos Aires hasta Nueva York. Hoy, esos animales se encuentran embalsamados en el Museo de Luján.


Así como el arado fue la herramienta, y la semilla el vector con que “el gringo” abrió melga en la llanura para dar origen a aquel gran país que fuésemos como “granero del mundo”; el gaucho fue su antecesor, domando la pampa salvaje desde su caballo como factor de trabajo y  el ganado cimarrón de materia prima.
Era aquél, un entorno más salvaje y exigente y a él fue adaptado su ser y sus quehaceres y también su ropaje y elementos de primera necesidad, como el facón, o el lazo o el apero mismo. Pero además, el manejo y el armado de todo ello, un verdadero arte que se desplegaba a lo largo y a lo ancho desde aquella cabullería elegante y rudimentaria de tiento seco cortado a cuchillo con que aquellos hombres engalanaban sus elementos de trabajo.
Cercano a nuestro Campo Escuela Flandes, donado por el gran promotor del escultismo en la región, Don Julio Steverlynck, un industrial textil de origen belga que hasta consideró traer instructores ingleses para la mejor formación de los dirigentes; también se encuentra el Círculo Criollo Martín Fierro, cuya donación también partió de este prohombre, y donde podremos disfrutar de las destrezas como jinetes de modernos gauchos que recrean en la actualidad, algunas de las habilidades de aquellos centauros de la pampa.  


Quinta Parte:

La coherencia de conducta que el gaucho honraba a lo largo de su vida, era el secreto de ese estilo especial que configuraba su carácter; un “estilo” que como dijimos anteriormente, a nosotros los scouts, nos enorgullece portar con honra.
Era una forma de ser, que encuentra en la palabra COMPROMISO una particular expresión, que así definiéramos: el compromiso de ser y vivir de una manera particular, con un verdadero “estilo scout”.
El compromiso comportarse de acuerdo a las necesidades que el medio imponía a los hombres que lo habitaban; y de la que hasta el día de hoy ha sabido trasladarse en el tiempo, reflejada en esa actitud tan humana y descriptiva de su realidad como fue, es y será, nuestra “gauchada”.
Es que puestos a reflexionar, nos encontramos frente a la verdadera dimensión scout del gesto:

“La gauchada, es un acto solidario, 
la solidaridad, es la actitud del servicio,
 y el servicio, es el acto del scout”

O bien de un modo más resumido,
 “del gaucho, la gauchada, 
y del scout, su servicio”

Y un buen reflejo de ello, es considerar la Buena Acción Diaria que Bi Pi supo proponernos como miembros del Movimiento Scout, encontrarla convertida en nuestro propio país, como la Gauchada Nuestra de cada día.
Mirada así, podemos entrever y hermanar a nuestro gaucho del siglo 19, con el scout del siglo 20 y convertirlo en un desafío para el siglo 21 por la escala de valores que ese particular estilo de vida promueve…
Porque entroncados en un mismo espíritu, sobre este suelo enorme y generoso y bajo el manto de esta Virgen Gaucha de Luján, también son gauchos,

 “aquellos hombres de buena voluntad que 
vinieron a habitar el suelo argentino” 
de los que hoy día, como herederos, 
deseamos perpetuar la riqueza de esa 
Tradición Nacional, cuyo pilar fue, es y será 
nuestro Gaucho argentino.


Garza Peregrina